domingo, 4 de octubre de 2009

Rafael Ortega: La injusticia de las apariencias

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya.

Rafael Ortega Domínguez

Paco Abad me ha puesto en suerte este tema y es que hace un par de días se cumplieron 60 años de la alternativa de El Tesoro de la Isla, torero originario de la Ilustre Villa de la Real Isla de León, desde 1813 Isla de San Fernando, en donde nació el 4 de junio de 1921. Su padre, Baldomero Ortega Mata, fue torero de fiestas populares como la del toro del aguardiente y su tío Rafael, conocido como Cuco de Cádiz, en su día fue banderillero de postín y en su carrera servirá en las cuadrillas de los hermanos Juan, Pepe y Manolo Belmonte.

El 17 de agosto de 1947, se presenta en Barcelona con poca fortuna y logra debutar con caballos en La Maestranza de Sevilla el 19 de octubre, también con poco que contar, no obstante, sus buenos procedimientos le consiguen entrar al cartel de un festival benéfico que se llevó a cabo el 16 de noviembre de ese año en el propio albero maestrante.

Al año siguiente, el 4 de abril, reaparece vestido de luces en El Baratillo, flanqueado por Frasquito y Sergio del Castillo y llevando por delante a don Ángel Peralta a efecto de lidiar a muerte novillos de Guerra y Díaz Garro. La crónica de Don Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del día 6 de ese mismo mes es ditirámbica pero ilustrativa:

Parece increíble lo que nuestros ojos vieron el domingo en la Maestranza. Avezados estamos a testificar brillantísimas presentaciones de novilleros y cada vez que en cumplimiento de nuestra obligación, hemos de comentar cualquiera de estos felices sucesos, lo hacemos con cierta reserva… Pero la presentación de Francisco Sánchez “Frasquito”, acontecimiento que tuvo lugar el domingo próximo anterior en “la del amarillo albero”, nos induce a quebrar la norma… porque lo hecho por “Frasquito” no puede ser producto del acaso… de ahí que auguremos a “Frasquito” por esta sola vez sin la menor reserva, una carrera brillante y rápida… Rafael Ortega hubo de estoquear cinco novillos por percances de sus compañeros y lo hizo sin apuros. Se mostró capoteador de categoría en todo instante… Con la muleta demostró su idoneidad y en sus faenas hubo momentos brillantes… En esto paró la fiesta del domingo anterior, que, a buen seguro, habrá de grabarse en áureos caracteres en los anales del toreo, porque señala el acto de presentación de un torero, viva estampa del llorado Manolete, al decir de los más, pero del Manolete consagrado, que al entrar en la plaza era Frasquito, principiante y al salir, Frasquito, maestro…

Este resultado parecería ser que evitaría el ulterior progreso de Rafael Ortega, pues aparte de que el mito y la sombra del Monstruo le robaron un triunfo legítimo, su edad – veintisiete años –, no era considerada como la propicia para que un torero estuviera en los inicios de su carrera novilleril.

No obstante, su tesón y su entrega ante los toros le llevan a Las Ventas, plaza en la que se presenta el 14 de agosto de 1949 para lidiar novillos de doña Francisca Sancho Viuda de Arribas junto con Trujillano y Manuel Santos Cabrero. Esa tarde sí le ve el cronista del ABC de Madrid G (¿Giraldillo?) que le augura un pronto y triunfal camino, advirtiendo algo que me siento en la necesidad de transcribir:

…“Que puede ser”. “Que será”, no puede vaticinarse de este ni de nadie, en estos tiempos en que la desorganización taurina está tan bien organizada por las organizaciones taurinas. Si Rafael Ortega halla padrino, triunfará, que condiciones tiene para medirse con el mejor; si no lo consigue, fracasará en moruchadas y se hundirá por los pueblos. No sirve valer. Hay que estar en un “trust”. Como hemos dicho, armó un alboroto toreando de muleta… cuajando los naturales en grupos perfectos y luego la variedad de los pases de adorno. Llegó la hora de matar y ¡así se mata! Cuadrado, en corto, recto, con la muleta baja, lento, con la mano hasta el pelo… Ahora muchacho, suerte para la lucha entrebarreras… ¿Cuántas cosas van a interponerse entre el público y tú?... ¿Cuándo te darán toros otra vez en Madrid?... Por la puerta grande, a hombros del entusiasmo espontáneo, que no alquila sus espaldas, salió Rafael Ortega… ¡Pero cómo no tenga padrino!... (16 de agosto de 1949)


El ascenso a la cumbre

El 2 de octubre de 1949, Manolo González, en presencia de Manolo Dos Santos, cede los trastos a Rafael Ortega a efecto de que este diera muerte al primero de la tarde, Cordobés de nombre, del hierro de don Felipe Bartolomé. El Lobo Portugués se fue a la enfermería y entre padrino y ahijado despachan la corrida con éxito, saliendo en hombros de los aficionados al final de la tarde. Esta sería la primera de una decena de salidas en hombros de Rafael Ortega de la plaza de Las Ventas.

El signo de la carrera de Rafael, a partir de este momento, sería el del ascenso, aunque sin estar exento de percances. Su campaña de 1950 fue marcada por estos, pues en julio de ese año, recibe una cornada de consideración en el muslo izquierdo, en la plaza de Granada y un mes después, en Pamplona, un toro de Fermín Bohórquez le infiere una cornada en el muslo derecho y otra en el vientre que interesa el recto y la vejiga y que hace temer por la vida del diestro, a quien se dieron los últimos auxilios espirituales.

Logra salir con bien de esos percances y se dedica en 1951 a tratar de recuperar el tiempo perdido. El 12 de agosto de 1952 realiza una faena de portentosos naturales a un Pablo Romero en Málaga y el 23 de noviembre en ese año, confirma su alternativa en México, de manos de Carlos Arruza, con el testimonio de El Volcán de Aguascalientes. Los toros fueron de Coaxamalucan. Es esta la única actuación de este diestro en la Plaza México y casi creo que en la República Mexicana.

El 16 de mayo 1953 corta la oreja al cuarto toro de los de Jesús Sánchez Cobaleda que se jugaron esa tarde y la misma fecha del siguiente año, borda a un toro de Antonio Pérez de San Fernando. Un diluvio se abatió sobre la Villa y Corte esa tarde y en las imágenes videograbadas, se observa con claridad que al ir avanzando la faena, los paraguas del tendido se van cerrando, para acabar todo el mundo de pie, aplaudiendo la magistral obra del ya llamado El Tesoro de la Isla.

En 1954 tendrá un año triunfal en Madrid. El 22 de mayo, Las Ventas albergará un cartel que rezumaba clasicismo, lo formaban Rafael Ortega, Jesús Córdoba y Julio Aparicio. Los toros fueron de Clemente Tassara. Es la tarde del toro Mariscal, faena de la que Fernando Achucarro dijo:

Componía con el toro una figura tocada por esa luz dinámica en la que la roca puede volverse liviana como tela y la tela, puede cobrar peso de roca, la luz inconfundible del barroco.

Esa faena la brindó a la Faraona, Lola Flores y tras de dos pinchazos en lo alto en la suerte de recibir y un volapié en su sitio, dio dos vueltas al ruedo, con la concurrencia entregada a su señorial manera de hacer el toreo.

El 24 de junio del mismo 1954, en Las Ventas, a beneficio del Montepío de Toreros, mata en solitario seis toros de Antonio Pérez de San Fernando. Entre el tercero y cuarto toro, habrá un interludio ecuestre con el rejoneador Ángel Peralta. Al final de la lidia del tercer toro, las cuadrillas izarán en hombros al maestro y le darán la vuelta al ruedo y al final del festejo, con tres orejas en la espuerta, saldrá a hombros junto con el caballero andaluz. Esta sería la octava vez que abandona en esa forma la plaza más importante del mundo.

Todavía faltaban hazañas por realizar y el 20 de abril de 1956, cortará el rabo del toro Espejito del legendario hierro de Miura. La relación que hace Gómez Bajuelo en el ABC de Sevilla del día siguiente destaca lo siguiente:

…¡La estocada de la feria!... “La estocada de la tarde” es, sin duda, una obra maestra de Mariano Benlliure. Para nosotros, que si el gran escultor hubiera visto ayer la estocada al cuarto de la tarde, seguramente hubiera tenido que rectificar, para mejorarlo, el modelo que le sirvió para su famoso bronce… El cite en corto, la matemática reunión, el embarque del miureño en la muleta, la salida impecable por el costillar, el lento regodeo de los tiempos y como corolario de tan exactas premisas, la colocación del acero, que hizo que el toro saliera muerto de la suerte… Es muy difícil matar a un toro así, si ello no va precedido de una faena. Una faena muy cerca de la res, en la soledad temeraria de los medios. Con un toreo serio a base de redondos, naturales y de pecho, fluyentes los primeros y obligando después, cuando se iban consumiendo las energías del miureño. El ¡fuera gente!, en boca de Ortega al acudir a la llamada en un desarme, cobró toda su autenticidad. Un aleteo de pañuelos clamó por las orejas y el rabo, que fueron concedidos…


En 1957 cortará las orejas a un toro de Juan Pedro Domecq en La Maestranza y en plena sinfonía triunfal, decide dejar los ruedos en el año de 1960, para reaparecer vestido de luces el año de 1966 en El Puerto de Santa María. El 19 de abril de 1967 hará lo propio en Sevilla y cortará la oreja a un toro de doña María Pallares y poco más de un mes después, reaparecerá en Madrid, vestido de celeste y plata, junto a Curro Romero y Sánchez Bejarano en la lidia de toros de Miguel Higuero. Don Joaquín Vidal nos cuenta lo sucedido:

Hubo faenas de Rafael Ortega que los aficionados no han podido olvidar. Entre las mejores cabría situar la que cuajó a un toro de Miguel Higuero el día del Corpus en la plaza de Las Ventas. Ortega, que ya tenía 46 años y se le había acentuado la propensión a la obesidad, en cuanto se puso a torear parecía el mismísimo Apolo. A los pocos pases ya se había echado la muleta a la izquierda, la adelantaba ofreciendo el medio - pecho, se traía el toro embebido en sus vuelos, cargaba la suerte, ligaba los pases. A cada muletazo restallaban los olés como el rugido del volcán y, al rematarlos, el tendido era un manicomio.

El triunfo de Rafael Ortega aquella tarde fue memorable. Sólo que el destino hizo una grotesca pirueta y Curro Romero colaboró en ella. El torero de Camas, que intervenía a continuación, se negó a torear al toro y provocó un gran escándalo. Los periódicos dieron amplia cobertura a esta noticia, se lucieron con ella los reporteros y las crónicas de la corrida quedaron casi reducidas a una gacetilla.
(Joaquín Vidal, El Toreo Puro, El País, Madrid, viernes 19 de diciembre de 1995).


Parecía repetirse lo de Frasquito, como en los albores de su carrera, un imponderable le arrebata la gloria, pero el recuerdo de esta tarde, estará siempre en las mentes de los buenos aficionados.


El 1º de octubre de 1968 es herido de gravedad en Barcelona por el toro Capuchino de Hoyo de la Gitana y este percance hará que Rafael Ortega ya no vista mas el terno de seda y alamares. Su postrera actuación fue en el año de 1985, en la plaza de Jerez de la Frontera, en un festival benéfico. En ese mismo año, asumirá la dirección de la Escuela Taurina de Cádiz, con sede en la plaza del Puerto de Santa María, cargo que ocuparía hasta su muerte.

La tauromaquia de un tesoro

Rafael Ortega es un torero de una extraordinaria pureza. Siempre cita en rectitud del toro, veroniquea con las manos bajas, embarcando las embestidas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. Es un muletero dominador, que cita con la pierna de salida adelante, dando el medio pecho. Conoce y entiende las distancias, lo que le permite ligar los muletazos y al rematar con el forzado de pecho, echa al toro hacia adentro, obligándole y demostrando que puede con él. Al estoquear, procura hacerlo en la suerte natural, con la muleta bien liada, la que echa a los belfos del toro para dejarse ir sobre el morrillo. También gustaba de ejecutar la suerte de recibir, la que hacía con gran pureza.

En suma, Rafael Ortega es el prototipo del torero clásico, del torero que practica con maestría y sentimiento lo que Pepe - Illo y Paquiro escribieran en sus tratados del arte de lidiar toros; es decir, Rafael Ortega ha sido mas que un gran estoqueador, sitio en el que la mayoría de los críticos de su tiempo, parecen haber querido encasillarle injustamente.

La realidad es que Rafael Ortega Domínguez, fallecido la madrugada del 19 de diciembre de 1997 en su casa de Cádiz, ha sido una víctima de la injusticia de las apariencias, pues del gran estoqueador que demostró ser, se valieron tanto los que proclamaron en corto su paso por los ruedos, como la memoria colectiva para intentar ocultar su verdadera estatura de grande de la fiesta. Mas el sol no se tapa con un dedo y ahora se intenta reconocerle lo que en realidad ha sido, quizás junto con Antoñete y Antonio Bienvenida, uno de los toreros más grandes y más puros de la segunda mitad del siglo pasado.

2 comentarios:

  1. Realmente, te pone el vello de punta. ¿Como se han podido olvidar sus lecciones?.
    Su pureza, la pureza se están perdiendo e incluso en Madrid no se reivindica.
    Gracias. Conservaré esta semblanza de un gran Torero muy bien contada.

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  2. Nos tiene que hacer pensar que un torero como Rafael Ortega tuviera que estar pendiente de los trust para poder seguir su carrera. De Rafael Ortega siempre se ha destacado su espada, cosa que se puede comprobar en los no demasiados vídeos que hay, pero la forma de torear con la muleta y la verdad y pureza con que se la daba al toro, eso ya no se ve, por lo menos con asiduidad. Un saludo desde España

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