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lunes, 21 de noviembre de 2011

En el centenario de Armillita, XI


20 de noviembre de 1944: Armillita y Despertador de Zotoluca en San Luis Potosí (II/II)

Aspecto de la reintervención a Armillita, quien aplica la
anestesia es el Dr. Javier Ibarra hijo
Ante el pronóstico del médico potosino, los hermanos del torero e integrantes de su cuadrilla, Juan y Zenaido y probablemente la familia directa del mismo, consiguieron el traslado de Armillita a la Ciudad de México, para que fuera atendido por manos más experimentadas – en esos días el doctor Hernández Muro tenía apenas 29 años de edad –, en este caso las de los doctores Javier Ibarra y José Rojo de la Vega, encargados del servicio médico de El Toreo de la Condesa y valorados como los más conocedores en este tipo de percances. En el invocado número del 1º de diciembre de 1944 de La Lidia, aparece la siguiente declaración de Zenaido Espinosa:


...estuve presente en la operación inicial y no quedé satisfecho hasta no ver que se exploraban todas las trayectorias y se exploraba hasta el último rincón de éstas... la Unión de Matadores y la de Subalternos deben interesarse muy seriamente por el estado en que están las enfermerías de las plazas provincianas. Aquellas no son enfermerías ni cosa que lo parezcan. Una mesa desvencijada, una vitrinilla conteniendo algún frasco de yodo o alcohol y pare usted de contar. Si llega a esas “enfermerías” un torero con la femoral partida, ahí queda...

Total, que se consigue un avión por mediación del inefable General Maximino Ávila Camacho y se transporta a Armillita al Sanatorio Francés, donde se le reinterviene para explorar la cirugía realizada por el médico Manuel Hernández Muro – a la fecha calificada por muchos redomados ignorantes como una cornada quirúrgica – y el veredicto de los santones Ibarra y Rojo de la Vega fue publicado en estos términos:

Fue necesaria la salida de un tercer avión que al filo de las seis de la tarde del martes, aterrizó, trayendo a Fermín, que inmediatamente fue trasladado al Sanatorio Francés, donde los doctores Rojo de la Vega e Ibarra exploraron detenidamente la herida, encontrando que la operación inicial practicada por el joven doctor Hernández Muro, había sido hecha con todo esmero y atingencia...

Conforme avanzaron los días, se advirtió que la cicatrización de la herida podría oprimir el nervio ciático, lo que agregaba un matiz de incertidumbre a la recuperación del torero y con ello, una nueva sombra de duda a la actuación de Hernández Muro, quien no se separó de Fermín Espinosa en todo el trance. El doctor Javier Ibarra declaraba de la siguiente guisa, según nota aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del 23 de noviembre de ese año:

El diestro Fermín Espinosa se hallaba mejorado hoy por la tarde, teniendo esta mañana solamente una temperatura de 36.5 grados, con aspecto y evolución normales de sus heridas, funcionando sin contratiempos los tubos de canalización... El doctor Javier Ibarra dijo que hay peligro de que “Armillita” quede incapacitado para volver a torear, porque al cicatrizar la herida puede quedar oprimido el nervio ciático, y esto entorpecería los movimientos del músculo y le produciría grandes dolores.

Homenaje y entrega de pergaminos a los médicos
que atendieron a Armillita
Afortunadamente esos pronósticos no se cumplirían, pues el semanario La Fiesta del día 6 de diciembre y La Lidia de dos días después daban cuenta de la salida de Armillita del hospital y de su retorno a su domicilio particular para continuar con su restablecimiento, e incluso en la última de las informaciones aludidas, se mencionaba que preparaba ya su reaparición para el final de ese diciembre, sin especificar plaza, encierro o alternantes.

A explicación no pedida…

En el semanario La Fiesta del 17 de enero de 1945, se da cuenta de un homenaje que los armillistas de la Ciudad de México, encabezados por José Ramírez, José Díaz, el Licenciado Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto rindieron a los médicos Javier Ibarra, José Rojo de la Vega y Manuel Hernández Muro por el exitoso tratamiento de la grave cornada sufrida por Armillita en San Luis Potosí el 20 de noviembre anterior.

En ese número de La Fiesta, se hace un resumen de lo sucedido en la reunión y del mismo, me resulta destacado lo siguiente:

...el doctor Rojo de la Vega en nombre del doctor Ibarra y del suyo propio, hondamente emocionado expresó su reconocimiento por el homenaje y en su brillante pieza oratoria se refirió a la tendenciosa y malévola publicación hecha en una revista, tratando de hacer creer a la opinión pública que ellos habían restado méritos a la labor del doctor Hernández Muro, lo cual era absolutamente falso. Apeló, en presencia del doctor Hernández Muro, a que éste, con su hombría y su caballerosidad, aseverara o desmintiera la bajeza de la publicación aludida. Por su parte, el interpelado agradeció aquél homenaje – el primero recibido durante su vida profesional – y que, según dijo, no vendría a servirle de vanidad sino como un gran estímulo; y categóricamente protestó y desmintió lo dicho por la revista a que se hizo referencia en contra de los doctores Ibarra y Rojo de la Vega, a quienes prodigó frases respetuosas llamándoles maestros y agradeciéndoles las palabras de elogio que tuvieron para él cuando vino a México trayendo herido a “Armillita”...

Al final de la misma se entregaron pergaminos a los médicos con la siguiente leyenda:

Los Armillistas de la Ciudad de México patentizan su agradecimiento al ilustre doctor don Manuel Hernández Muro por su eficiente intervención médica en la persona de nuestro gran torero Fermín Espinosa “Armillita” y le rinden su admiración y afecto otorgándole el presente pergamino. Diciembre de 1944. Firmas del comité organizador, integrado por José Ramírez, José Díaz, Lic. Ignacio Rodríguez Morales, Cutberto Pérez y Alberto Escoto.

El doctor Manuel Hernández Muro defendió su posición como cirujano ante quienes pudieron criticar su manera de tratar la herida de Armillita, por haberse apartado de la metodología seguida de manera tradicional, causando revuelo no sólo en el medio de la medicina taurina, sino a todos los niveles, ya que el que en esos días era un joven y desconocido cirujano provinciano le había prodigado a tan grande figura del toreo, una atención impecable, elogiable en todos los términos.

Pergaminos entregados por Los Armillistas de la Ciudad de México
a los doctores Hernández Muro, Ibarra y Rojo de la Vega
El doctor Manuel Hernández Muro – un moderno santo laico, como diría Don Dificultades – falleció el 17 de septiembre de 1986 a los 71 años de edad y todavía el domingo 14 anterior había estado en su puesto en el burladero de médicos de la plaza ya llamada El Paseo – Fermín Rivera, servicio del que fuera jefe durante 45 años.

Tras de este único percance, Armillita reapareció en Guadalajara el 31 de diciembre de 1944, para lidiar toros de Zacatepec mano a mano con Antonio Bienvenida.

El corolario de la historia es que la cornada de Despertador vino a demostrar que a pesar del enorme poderío de Armillita delante de los toros, él era al final de cuentas, como escribe Leonardo Páez, también, apenas, un ser humano.

Espero que hayan disfrutado como yo, esta remembranza.

domingo, 20 de noviembre de 2011

En el centenario de Armillita, XI


20 de noviembre de 1944: Armillita y Despertador de Zotoluca en San Luis Potosí (I/II)

En una carrera que duró alrededor de un cuarto de siglo, Fermín Espinosa Saucedo torea 836 corridas de toros; comparte carteles con toreros de cuatro generaciones distintas; jamás se le fue un toro vivo a los corrales y ese 20 de noviembre de 1944, a los 33 de edad y 17 de alternativa, ningún toro había sido capaz de horadar sus carnes. Tal era el poderío del Maestro de Saltillo, que podía parecer sobrehumano ante los ojos de la afición y de quienes ocasionalmente se asomaban al mundo del toreo, pues con un importante número de corridas de toros lidiadas, tanto en España como en México, Armillita había salido indemne de todas ellas.

Para la celebración de la proclamación del Plan de San Luis, con el que se inició la Revolución de 1910, la empresa Jueves Taurinos, subsidiaria de la de El Toreo de la Ciudad de México y regentada por don Joaquín Guerra, anunciaba la reinauguración de la Plaza de Toros El Paseo de San Luis Potosí (inaugurada en 1895) y la corrida con la que se celebraría ese hecho, sería un mano a mano entre Armillita y Silverio Pérez, que lidiarían toros tlaxcaltecas de Zotoluca.

El semanario La Lidia del 17 de noviembre anterior a la corrida, publicaba lo siguiente:

Nuestro estimado amigo, don Joaquín Guerra, empresario de los “Jueves Taurinos”, compró hace algún tiempo la plaza de San Luis Potosí y la ha renovado convenientemente, invirtiendo en las obras respectivas, la cantidad de treinta mil pesos. 
Para el lunes 20 de noviembre inaugurará la temporada con el concurso de “Armillita” y Silverio mano a mano, con un encierro de “Zotoluca”. Don Joaquín piensa celebrar en el Coso Potosino, la mayor cantidad de festejos posibles, pues trata de recuperar para su tierra, el segundo lugar de las plazas de la República que por mucho tiempo tuvo el coso del Paseo.

Así fue como se gestó uno de los grandes hitos de la biografía taurina y humana de quien, insisto, es con poco margen para la discusión, el torero mexicano más importante en la Historia del Toreo.

La cornada

La corrida había transcurrido con poco lucimiento. El encierro de Zotoluca fue complicado y los toreros solo pudieron lidiarlo y materialmente quitárselo de encima. El quinto de la jornada se llamó Despertador. Arelia, en La Lidia del 1º de diciembre de 1944 describe lo sucedido en esa tarde:

...Los toros de Zotoluca fueron sosos y broncos. Sin embargo, tanto Fermín como Silverio se esforzaron por complacer al público. Así fue que Fermín, que había estado bien a secas en sus dos primeros toros, quiso dar la nota en el quinto, “Despertador”, negro mulato, marcado con el número 53. Después de brindar la muerte a don Joaquín Guerra, “Armillita” se fue hacia el toro y consintiéndolo mucho, lo obligó a pasar en seis muletazos altos, estando Fermín sentado en el estribo. La gente empezó a entusiasmarse y a tocarle muy fuerte las palmas al maestro. Ya de ahí “Armillita” toreó por lasernistas y ejecutó el molinete de rodillas de los días de fiesta, creciéndose, sintiendo lo que hacía y engolosinándose con el toro que cada vez pasaba mejor, domeñada su fuerza y su bronquedad por la maestría del torero... En plena borrachera de torero “Armillita” se pasó la muleta a la mano izquierda, haciendo pasar al zotoluqueño en algunos naturales magníficos, ciñéndose cada vez más, hasta que en el quinto muletazo Despertador se le quedó en el centro de la suerte y al derrotar enganchó por la pierna izquierda a “Armillita”, zarandeándolo impresionantemente… Llevado el herido a la enfermería, se apreció toda la magnitud de la cornada y sin pérdida de tiempo fue trasladado a la clínica donde lo atendió el doctor Hernández Muro, en tanto se hacían los preparativos para trasladarlo a esta capital, con toda la urgencia que el caso requería...

Imagen aparecida en el semanario La Fiesta que muestra
el tamaño de la cornada sufrida por Armillita
A pesar de la época en la que el percance se produjo, el doctor Manuel Hernández Muro, en esos días un joven médico traumatólogo, aplicó un método de tratamiento al torero herido que hoy es usual y que consiste en estabilizar al torero herido y posteriormente trasladarlo al hospital adecuado para recibir el tratamiento necesario para restañar sus lesiones. Como veremos más adelante, esa manera de acometer la curación de Armillita, sería motivo de críticas de los sectores más tradicionalistas de la medicina taurina de la época.

El parte facultativo

Tras de la intervención quirúrgica realizada por el médico Hernández Muro, el parte que rindió fue el siguiente:

Al pasar de muleta al quinto toro de la corrida celebrada hoy en esta plaza, de Zotoluca, fue cogido gravemente Fermín Espinosa “Armillita” que alternaba mano a mano con Silverio Pérez. El parte facultativo dice textualmente: Herida por cuerno de toro en la cara antero interna del muslo izquierdo, tercio interno, de 8 centímetros de extensión, con cuatro trayectorias: en la cara antero interna una hacia arriba, con extensión de 15 centímetros, interesando piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis y músculos de la región; otra hacia abajo con extensión de 10 centímetros, interesando los mismos planos; otra hacia atrás y arriba, de 30 centímetros de extensión, y otra atrás y abajo con extensión de 20 centímetros. Estas últimas interesaron piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis, músculos, descubriendo el fémur en una extensión de 10 centímetros y el nervio ciático en la misma extensión. A estas últimas trayectorias solamente les faltó la piel y tejido celular para traspasar el muslo. Fue trasladado a la clínica San Luis, donde bajo anestesia balsofórmica se le practicó una intervención quirúrgica, consistente en desbridación de la herida en su totalidad, retirando piel, tejidos musculares y aponeurótico espacionado, coágulos y hematomas existentes en las diversas trayectorias. Se ligaron los vasos sangrantes, se desinfectó con solución de Dakin, agua oxigenada y sulfatiazol quirúrgico. Se canalizó con 10 tubos de hule. Se le aplicó suero anti gangrenoso, antitetánico, glucosado y cardiotónico. Estas heridas son de las que por su naturaleza ordinaria ponen en peligro la vida y curan, cuando lo hacen, en más de quince días. El Médico de Plaza: Dr. Manuel Hernández Muro.

Como se puede apreciar del prolijo parte rendido por el doctor Hernández Muro, la cornada fue de una gran extensión y aunque no afectó los grandes vasos de la región, por su tamaño y quizás por el hecho de no existir antibióticos en esa época – aunque ya se habla de la aplicación de sulfatiazol – se consideró que era de las que ponen en peligro la vida

El día de mañana concluiré con esta presentación, dada su extensión.

martes, 13 de octubre de 2009

Joselillo (III/III)

La tarde final

Ya en la plaza, la novillada de Santín salió bronca, con pocas opciones para los toreros, por lo que, quienes colmaban los tendidos pronto estallaron en ira. Pepe Luis Vázquez sufrió para despenar al que abrió la tarde; Joselillo fue abroncado nada más abrirse de capa ante el segundo y aunque con la muleta tuvo momentos que encendieron a las masas, falló con la espada y escuchó un aviso. Llamado al tercio, se volvieron a hacer presentes las protestas y los denuestos en su contra.

Los toros siguientes (tercero y cuarto) repitieron el juego de los anteriores, poniendo la tarde en el tobogán, pero en los chiqueros esperaba el toro negro, bragado y cornicorto que sustituyó al que Pepe Luis y Fernando López rechazaron en la ganadería. Se le anunciaba un peso de cuatrocientos cincuenta kilos y se le nombró Ovaciones, como se llama uno de los periódicos representados en ese festejo sindical.



Joselillo estaba decidido a terminar pronto, pues al pasaportar a Ovaciones sería su salida por un tiempo de la Plaza México, la que lo llevó a la cumbre en un par de festejos y que ahora parecía determinada a acabar con él.

No logra acomodarse con la capa, debido a que el toro era reservón. Al enmendar el terreno en un quite por gaoneras, los insultos cobraron un inaudito volumen. Con las banderillas, el experimentado Vicente Cárdenas, Maera sufrió para cumplir su cometido, pues el toro apretaba para los adentros. Joselillo recibía de Escutia los trastos de matar y su apoderado le indicó: Dóblate con él y mátalo.

Tras de brindar a Eduardo Solórzano, Joselillo intentó pasar al toro por alto, viéndose en la necesidad de enmendar el terreno, pues Ovaciones se acostaba. Opta por seguir la recomendación de Fernando López y comienza a doblarse, exhibiendo su intención de terminar pronto. Los insultos vuelven a aparecer. Acicateado por los gritos de los reventadores, Joselillo trata de sacar al toro de tablas, para torear con la derecha en los medios. Solo dos derechazos liga y el toro se escupe de nuevo a su querencia. Allí va a buscarle el torero, sacando una impresionante voltereta a cambio. Allí decide cortar por lo sano. Va a las tablas a cambiar espadas y a beber un sorbo de agua. En eso estaba Joselillo, cuando desde el tendido de sol alguien gritó: ¡Ya arrímate… payaso!

Herido en lo más profundo, Joselillo se dirige al toro. En el terreno contrario, frente al burladero de matadores, citó para dar manoletinas. La primera fue espeluznante y la segunda sería la última de su vida, porque a la mitad de la suerte, Ovaciones alargó el cuello y le hundió el pitón derecho en la ingle, zarandeándolo como si fuera de trapo.

La gravedad de la cornada que llevaba Joselillo se manifestó desde el primer momento. La sangre manaba a borbotones de su entrepierna. El torero forcejeaba con quienes le querían llevar a la enfermería, pues pretendía volver a la cara del toro. Javier Cerrillo, subalterno que actuaba esa tarde, tuvo que golpearlo en la mandíbula para ponerlo fuera de combate y permitir su traslado a la enfermería. Es hasta entonces que José Escutia le pudo taponar la herida con la mano, para evitar una mayor pérdida sanguínea.

Pepe Luis Vázquez terminó con Ovaciones de dos pinchazos y media estocada. Una vez arrastrado el toro, varios aficionados brincaron del tendido de sombra al de sol y a golpes sacaron de la plaza al irresponsable autor del grito que tenía a Joselillo entre la vida y la muerte.

Se cuenta que fuera de la enfermería, Tomás Valles decía a quien quisiera escucharlo que el arrimón que se pegó Joselillo esa tarde era innecesario. Por su parte, Antonio Algara hacía notar que era una exageración el que los novilleros torearan encierros tan cuajados. Seguramente ambos, uno empresario de la Plaza México y el otro, del recién inaugurado Toreo de Cuatro Caminos, en su fuero interno, veían esfumarse un negocio que les parecía inminente y redondo.



Adentro, los doctores Ibarra padre e hijo, Rojo de la Vega, Huerta de la Sota y Herrera Garduño iniciaban una lucha que tendría un triste final. El parte médico que emitieron después de casi tres horas de cirugía, fue el siguiente:

Durante la lidia del quinto novillo ingresó a la enfermería de la plaza el diestro José Rodríguez (Joselillo) quien presentaba herida por cuerno de toro con orificio de entrada de seis centímetros en el triángulo de Scarpa, del muslo derecho, que presenta dos trayectorias: Una hacia arriba, que interesa piel, tejido celular, aponeurosis y músculos, llegando hasta la fosa iliaca con una extensión como de quince centímetros, y otra hacia atrás, de diez centímetros, que interesa los mismos planos, seccionando completamente la arteria femoral y desgarra varios vasos arteriales y venosos y fibras del nervio crural. Hay gran hematoma que infiltra todas las regiones señaladas. Estado de anemia agudo. Shock traumático por hemorragia externa. Anestesia con balsoformo, desbridación, ligadura de los dos cabos de la arteria femoral y vasos señalados. Contrabertura de la fosa iliaca derecha. Desinfección y canalización con tres tubos. Transfusión de sangre de 300 centímetros cúbicos. Cardiotónicos. Sueros fisiológico, antitetánico y antigangrenoso. En la arteria media del pie correspondiente no existen pulsaciones. ESTA LESIÓN PONE EN PELIGRO LA VIDA y la mutilación del pie derecho. En caso de sanar, tardará treinta días. Presenta además contusiones de primer grado y escoriaciones dermoepidérmicas en la pierna derecha. (Garmabella, Op. Cit., 144 y 145)

Joselillo fue trasladado al sanatorio Santa María de Guadalupe, en la creencia de que la cornada era de menor gravedad, pensando en su inminente viaje a Lima y con la felicidad de hacer ganado la Medalla de la Prensa que se disputaba esa tarde.

Ya interno en la habitación número seis, volvió a recaer. Fue necesario aplicarle suero intravenoso y oxígeno con mascarilla. Dada a extensión de la herida, se temía que ésta se gangrenara, por lo que se le aplicaron fuertes dosis de un nuevo medicamento que parecía ser milagroso: Penicilina.

Conocida la magnitud de la cornada, de todo el mundo taurino se pedían informes sobre su estado y estos no eran halagüeños. Dado el procedimiento quirúrgico seguido – ligadura de los cabos de la femoral seccionada – la circulación de su pierna derecha estaba muy comprometida, no obstante en lo demás, el estado general de Joselillo parecía mejorar. El miércoles se hizo público un nuevo parte médico en el que se advierte que hay una incipiente circulación colateral en la pierna derecha del torero, que todavía ignoraba la gravedad por la que pasaba.

El domingo 5 de octubre parecía que la cuadrilla de Ibarra y Rojo de la Vega había triunfado una vez más. Tanto así, que tras del paseíllo de la novillada celebrada ese día, el público les obligó a dar una triunfal vuelta al ruedo, aunque en el ambiente flotaban los signos de una dolorosa preocupación.



Laurentino siguió mejorando, tanto, que se le permitía salir en silla de ruedas a tomar el sol en el jardín interior del sanatorio. En ese tenor pasaron los días, hasta que llegó el martes 14 de octubre.

Ese día, Joselillo sería dado de alta y se le trataría con fisioterapia y diatermia como paciente externo. El torero aprovecharía la salida del hospital, para asistir a una comida que se ofrecía a los médicos de plaza por lo que se consideraba su hazaña. Sería a las dos de la tarde en El Taquito, feudo de don Rafael Guillén. Antes de firmar el alta, el doctor Rojo de la Vega le instruyó para que se abstuviera de caminar y para que no dejara de asistir a sus sesiones de tratamiento, hasta que la pierna derecha se recuperara.

A las once de la mañana Joselillo fue trasladado a la sala de fisioterapia. Allí tuvo que esperar turno, pues Ángel Procuna era atendido. En la espera, Ángel y Joselillo comenzaron a jugar lanzándose una pelota de esponja, riendo ambos a carcajadas, motivo por el cual, el fisioterapeuta les llamó la atención y les pidió seriedad, dado el sitio en el que se encontraban.

Repentinamente Joselillo palideció y perdió el sentido. El fisioterapeuta y Ángel Procuna lo subieron a una camilla y se llamó al doctor Ibarra, que estaba en el segundo piso del sanatorio. Advertido del cuadro que presentaba el torero, ordenó llamar a un cardiólogo y el traslado de Laurentino a su habitación.

Una vez que recuperó el sentido, Joselillo se quejaba de un dolor que le iniciaba en el abdomen y le llegaba hasta la espalda. Se le colocó una mascarilla de oxígeno, mientras el cardiólogo le inyectaba aceite alcanforado, cardiazol y coramina. Laurentino por su parte, pedía que se le durmiera, pues sentía mucho dolor y tenía sensación de asfixia.

Ante su repentina gravedad, se pidió al capellán del sanatorio que le administrara los últimos sacramentos y tras de recibirlos, Joselillo dijo: Ya no puedo más… y dejó de respirar. Era la una de la tarde con cinco minutos.

Al día siguiente, se celebró su misa de córpore insepulto en la Basílica de Guadalupe y a las cuatro de la tarde, fue inhumado en el Panteón Español, acompañado por una gran multitud.

En conclusión

Desde mi punto de vista resulta evidente que en el caso de Joselillo prevaleció la cerrazón de un apoderado – Don Dificultades – que pretendía saberlo todo y que pensó que con oírle pontificar, el torero tendría el tiempo necesario para adquirir el conocimiento de la técnica del toreo delante de los toros, superando así la proclividad a las cornadas que su escaso rodaje y su intuitiva manera de hacer el toreo le producían. No olvidemos que Joselillo sería el primer caso notorio de un torero apoderado por José Jiménez Latapí, que dejaría de serlo, gracias a las cornadas de los toros. Recuérdese a El Torero de Canela, que en Guadalajara estuvo al borde de la muerte y el de Lalo Cuevas, que perdió una pierna a causa de una cornada.

Otra circunstancia que jugó un papel importante en el desenlace de esta historia es el hecho de que Joselillo comenzara a torear en México cuando las heridas causadas por el llamado boicot del miedo y por la Guerra Civil Española estaban frescas todavía. Sobre todo esta última, que trajo a nuestro país una nueva inmigración que produjo enconados enfrentamientos entre los que ya estaban aquí y los que llegaron por el azar de la guerra. A Laurentino se le consideró como uno de esos a los que despectivamente se llamaba rojos advenedizos y ni sus propios paisanos lo aceptaron con facilidad.

Aparte y por encima de todo, está la miopía cortoplacista de los empresarios, principalmente de Tomás Valles y Antonio Algara, que convirtieron la carrera de Joselillo en su particular campo de batalla disputándose la posibilidad de empujarlo a la alternativa y de obtener pingües ganancias con su presencia en las temporadas de corridas que planeaban para el final de 1947, uno en la Plaza México y el otro en el recién abierto Toreo de Cuatro Caminos. En el estado de cosas que en ese momento se vivía, Joselillo era el único torero capaz de llenarles sus plazas y con su incapacidad de ver más allá del siguiente domingo, principalmente Valles, que era quien tenía prácticamente la exclusiva sobre el torero, evitaron que el plan de Fernando López se llevara a cabo y que Joselillo afinara en el campo los conocimientos técnicos que hicieran posible su arribo a la categoría de figura del toreo.

Pero como lo decía al principio, los encargados de organizar festejos taurinos prefirieron vivir el hoy a construir para el futuro y así, lo único que lograron fue poner una baldosa más para pavimentar el Boulevard de los Sueños Rotos, tan magistralmente descrito por Joaquín Sabina.



Se asegura que Joselillo recibiría la alternativa a finales de 1947 en Lima, de manos de Carlos Arruza y con el testimonio de Luis Procuna, pues el plan de que fuera Manolete quien se la otorgara, se frustró en Linares un mes antes de la cornada de Ovaciones. Laurentino llegaría a la alternativa más que por su madurez como torero, utilizándola como una puerta de escape a su insostenible situación en el escalafón novilleril.

En esas circunstancias, Fernando López podría sacar de México a su torero, foguearlo en la temporada invernal sudamericana y después placearlo en el interior de la República, para que al llegar la temporada 1948 – 1949, tuviera las condiciones necesarias para alternar con los diestros de la Edad de Oro que seguían a la cabeza del escalafón: Armillita, Silverio, Garza y El Soldado entre los principales.

Además de su trágica leyenda, Joselillo junto con el Torero de Canela, trascienden porque representan los albores de una nueva era. No cuajaron en las figuras que prometían ser, pero demostraron en primer término, que aún sin Manolete, la Plaza México podía ser llenada y en segundo lugar, que habrían de llegar los toreros que ocuparan el sitio que ocupaban desde hacía algunas décadas, los toreros de nuestra Edad de Oro.

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